Sobre medios de comunicación en general, las enseñanzas y valoraciones de la Iglesia son abundantes: desde el documento conciliar «Inter Mirifica» (1963), pasando por los mensajes anuales para las jornadas dedicadas precisamente a la comunicación social (el primero es de Pablo VI y data de 1967) hasta la Carta Apostólica de Juan Pablo II, «El rápido desarrollo de los medios de comunicación», del 24 de enero de 2005. Internet en particular también ha merecido la atención del magisterio. Fruto de esa consideración son los documentos del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales «Ética en internet» y «La Iglesia e internet», ambos del 28 de febrero de 2002. El primero ofrece, en sus cuatro partes, constataciones preocupantes sobre internet y también algunas recomendaciones morales; el segundo, en sus tres partes, se articula en torno a las oportunidades y desafíos que internet presenta a la Iglesia, para luego esbozar algunas recomendaciones.
La reflexión en torno al mundo digital ha estado acompañado por el trabajo práctico en él: el portal institucional on line de la Santa Sede nació apenas unos meses después que la world wide web estuviera operando. Y a lo largo de todo este tiempo, también con el desarrollo ulterior y específico de las redes sociales, el empeño evangelizador de la Iglesia ha cobrado forma con proyectos precisos y oficiales en YouTube, Facebook, Blogger y Twitter. Yendo al punto de la enseñanza de la Iglesia sobre redes sociales, ¿cuál es y en dónde se encuentra? ¿Qué subtemas ha tocado de un modo más incisivo?
El mensaje al que se aludió al comienzo fue el primero pero no el único donde Benedicto XVI ha ofrecido una primera aproximación-valoración sobre las también llamadas «social network». En 2010 y 2011 ha vuelto a tocar temas relacionados.
El mensaje de 2009 se puede considerar de tipo «fenomenológico» pues sustancialmente hace dos verificaciones: una en torno al uso y beneficios cuando dice:
«El fácil acceso a teléfonos móviles y computadoras, unido a la dimensión global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias y hasta los lugares más remotos del mundo. Esta posibilidad era impensable para las precedentes generaciones. Los jóvenes especialmente se han dado cuenta del enorme potencial de los nuevos medios para facilitar la conexión, la comunicación y la comprensión entre las personas y las comunidades, y los utilizan para estar en contacto con sus amigos, para encontrar nuevas amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias, para compartir sus ideas y opiniones. De esta nueva cultura de comunicación se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en contacto aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso más fácil e inmediato a documentos, fuentes y descubrimientos científicos, y pueden así trabajar en equipo desde diversos lugares; además, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso social».
y una segunda que podría llamarse «antropología de las redes sociales» pues parte de la popularidad que éstas tienen y la necesidad humana a la que responden:
«[…] su popularidad entre los usuarios […] responde al deseo fundamental de las personas de entrar en relación unas con otras. Este anhelo de comunicación y amistad tiene su raíz en nuestra propia naturaleza humana y no puede comprenderse adecuadamente sólo como una respuesta a las innovaciones tecnológicas. El deseo de estar en contacto y el instinto de comunicación, que parecen darse por descontados en la cultura contemporánea, son en el fondo manifestaciones modernas de la tendencia fundamental y constante del ser humano a ir más allá de sí mismo para entrar en relación con los demás».
En el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2009 también hace una reflexión-llamada de atención en torno a un concepto en torno al cual suelen girar las relaciones humanas: el de «amistad». Se trata de una profundización ulterior y original que supuso una aportación novedosa por parte del Sumo Pontífice, no sólo en ámbito católico: «El concepto de amistad ha tenido un nuevo auge en el vocabulario de las redes sociales digitales que han surgido en los últimos años. Este concepto es una de las más nobles conquistas de la cultura humana. En nuestras amistades, y a través de ellas, crecemos y nos desarrollamos como seres humanos. Precisamente por eso, siempre se ha considerado la verdadera amistad como una de las riquezas más grandes que puede tener el ser humano. Por tanto, se ha de tener cuidado de no banalizar el concepto y la experiencia de la amistad. Sería una pena que nuestro deseo de establecer y desarrollar las amistades on line fuera en deterioro de nuestra disponibilidad para la familia, los vecinos y quienes encontramos en nuestra realidad cotidiana, en el lugar de trabajo, en la escuela o en el tiempo libre. En efecto, cuando el deseo de conexión virtual se convierte en obsesivo, la consecuencia es que la persona se aísla, interrumpiendo su interacción social real. Esto termina por alterar también los ritmos de reposo, de silencio y de reflexión necesarios para un sano desarrollo humano».
El mensaje de Benedicto XVI inicia con una clarificación necesaria: «La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos». Partiendo de esta base toca tres ámbitos más: 1) los riesgos y oportunidades para los sacerdotes, 2) la acción propia del sacerdote en el mundo digital y 3) la especificidad del consagrado en general en las redes sociales.
Sobre el primer punto afirma:
«la creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis».
Sobre el segundo punto recuerda:
«En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red». También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que «Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente. ¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro?».
Y sobre el tercer punto enfatiza:
«Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo «digital» los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones…».
En el mensaje para la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2011 (5 de junio de 2011) el Santo Padre volvió a abordar por tercer año consecutivo el campo de las redes sociales. El título del mensaje, «Verdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital», resultaba ya de por sí indicativo y elocuente pues orientaba la atención a una virtud frecuentemente olvidada en internet: la coherencia. La primera reflexión se enmarca en la profundización entre tres conceptos: relación, información y «perfil» personal. Dice Benedicto XVI:
«Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en el ámbito de intercambios personales. Se relativiza la distinción entre el productor y el consumidor de información, y la comunicación ya no se reduce a un intercambio de datos, sino que se desea compartir. Esta dinámica ha contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar, considerado sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y creación de relaciones positivas. Por otro lado, todo ello tropieza con algunos límites típicos de la comunicación digital: una interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia […] El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio “perfil” público».
Más adelante ahonda entre la implicación del anuncio del Evangelio y la coherencia propiamente en las redes sociales (presentada como modo específico de presencia cristiana en ellas):
«Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le pida razón de su esperanza».
La última consideración aborda la cuestión de la relación entre popularidad y verdad:
«Hemos de tomar conciencia sobre todo de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la “popularidad” o la cantidad de atención que provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá desvirtuándola. Debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de un momento. La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial, sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe».
A estos Mensajes Pontificios les han acompañado discursos de especial valor como el dirigido por el Sumo Pontífice a los participantes en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales de 2011 y el dirigido al Pontificio Consejo para la Cultura que en noviembre de 2010 celebró su asamblea plenaria tratando el tema «Cultura de las comunicaciones y nuevos lenguajes».
En el primero, Benedicto XVI repasa sucintamente la transformación cultural que están llevando a cabo las redes sociales en aspectos como el lenguaje, no sólo verbal, desarrollado en ellas:
«Los nuevos lenguajes que se desarrollan en la comunicación digital determinan, por otro lado, una capacidad más intuitiva y emotiva que analítica, orientan hacia una organización lógica del pensamiento y de la relación con la realidad, privilegian a menudo la imagen y y las conexiones hipertextuales. La tradicional distinción neta entre lenguaje escrito y oral, además, parece esfumarse a favor de una comunicación escrita que toma la forma y la inmediatez de la oralidad. Las dinámicas propias de las “redes participativas”, requieren además que la persona esté implicada en lo que comunica. Cuando las personas se intercambian informaciones, ya están compartiéndose a sí mismas y su visión del mundo: se convierten en “testigos” de lo que da sentido a su existencia».
Posteriormente abunda en los riesgos que se corren: «la pérdida de la interioridad, la superficialidad en vivir las relaciones, la huida a la emotividad, el prevalecimiento de la opinión más convincente respecto al deseo de verdad. Y con todo estos son la consecuencia de una incapacidad de vivir con plenitud y de forma auténtica el sentido de las motivaciones».
Es aquí donde nace la invitación a una urgente «reflexión sobre los lenguajes desarrollados por las nuevas tecnologías. El punto de partida es la misma Revelación, que nos da testimonio de cómo Dios comunicó sus maravillas precisamente en el lenguaje y en la experiencia real de los hombres, “según la cultura propia de cada época” (Gaudium et spes, 58), hasta la manifestación plena de sí del Hijo Encarnado. La fe siempre penetra, enriquece, exalta y vivifica la cultura, y esta, a su vez, se hace vehículo de la fe, a la que ofrece el lenguaje para pensarse y expresarse. Es necesario por tanto hacerse oyentes atentos de los lenguajes de los hombres de nuestro tiempo, para estar atentos a la obra de Dios en el mundo».
Aunque los mensajes y el discurso aludidos no suponen una materia sistematizada en torno al tema que da pie a este texto sí son orientaciones magisteriales válidas en cuanto que cumplen con una función de enseñanza moral.
Está prevista la publicación de dos documentos de especial valor que, en esta materia, actualizarían sistematizadamente la doctrina de la Iglesia en el área tratada: uno sería de la Congregación para la Educación Católica y versaría sobre el uso de internet en los seminarios y otro emanaría del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, en la línea reflexiva y de valoración sobre las nuevas oportunidades y riesgos del mundo digital actual, especialmente de las redes sociales.